domingo, 20 de septiembre de 2009

"Autorretrato"

(Foto de Alexis Campos)

“Usted se siente excluida del mundo, ¿verdad?”
“Sí”, dijo, todavía mirándome.
Mario Benedetti, “La noche de los feos”.


Una de las cláusulas del contrato que mi madre les hizo firmar a mis parientes, antes de traerme a este mundo, rezaba: “Deberán aceptarla tal cual sea”. Lo cierto es que, si no fuese por el respeto a la ley, desearían que fuera diferente, un poco más normal, más alegre.


Yo también lo quise así, y puedo decir que al menos lo intenté: repitiendo chistes de los cuales la gente en la televisión reía y que jamás llegué a entender.


Tengo el sentido del olfato, el de la vista, pero nunca desarrollé el del humor, característico del ADN familiar. Que era adoptada, me dijo una vez Pablo, mi primo, y todo cobró sentido. Ahora comprendo que si la respuesta a mi problema fuese genética, tampoco debería ser humana.


Mientras jugaban yo leía, mientras reían yo lloraba. A veces siento que mis ansias de cambiar el mundo responden a la venganza por no invitarme a ser parte de éste. Otras, creo que la invitación llegó, sin embargo caducó por el tiempo en espera, mientras mi prioridad era volar más cerca del sol, que hizo derretir mis alas de cera.


En una clase de lenguaje le oí decir a mi profesora que el sentirse solo e incomprendido, enclaustrado en su propio laberinto, era un problema del hombre contemporáneo. Yo me largué a reír, pues jamás me habían llamado por ese nombre.